A continuación el discurso leído por el homenajeado la noche de la entrega el pasado miércoles 19 de
Febrero, en la Sala carlos Piantini del Teatro Nacional.
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Tony Raful en el momento de su memorable discurso |
"Señoras y Señores:
Hace
ya muchos años un poeta errabundo de estirpe milenaria que leía sus
versos puntuales cada domingo desde el balcón de su exilio en México,
ante una concurrencia de mutilados, de heridos, de compatriotas, les
advirtió a todos los poetas del mundo, de los peligros de la
vanidad humana, de enseñorearse en una torre de cristal, ignorando que
la poesía, ese flujo sensible y hermoso de versos, ese
legajo exquisito del alma y la lengua, provenía de un intenso sedimento
social, de un flujo solícito de imágenes, del barro y la arcilla
cultural y humana de los pueblos. Ese poeta español llamado León
Felipe, nos dijo:
“Poeta/ni
de tu corazón/ni de tu pensamiento/Entre todos los hombres las
labraron/y entre todos los hombres en los huesos/de tus costillas las
hincaron/La mano más humilde/te ha clavado
un ensueño.../una pluma de amor en el costado”.
El
oficio creador de la palabra, los vínculos del ser con los fenómenos
externos de la realidad están sujetos a variables permanentes, a
mutaciones cíclicas. La realidad no constituye un contexto definido,
levita y naufraga, oscila y trastoca, lidiar con ella es envolvernos en
los sauces minados de la imaginación.
Un
escritor de las garras de Honorato de Balzac que hizo de “La Comedia
Humana”, el mayor grado de observación crítica, jamás conocido, en un
serial narrativo impresionante de su tiempo, llegó a confesar que la
casualidad es el mayor novelista del mundo.
Y
es que tal como señala Jules Romains, refiriéndose a los novelistas,
viven con intensidad extraordinaria todos esos trozos de experiencia
–innúmeros y heteróclitos- de que está hecha la existencia del hombre.
“Semejantes escritores tiene un ritmo incomparable de emoción y
absorción. En algunas horas, viven la vida entera de un empleado, un
obrero o de un militar. No vacilaré en proclamar que seres así
constituidos son supra normales. Su parentesco no se encuentra entre los
ratones de biblioteca sino entre los videntes, entre los médiums, entre
todos los que presentan cierta ampliación –más o menos prodigiosa- de
nuestras facultades ordinarias. Tal fue eminentemente el caso Balzac.
Tuvo
en verdad poco tiempo para vivir. De una existencia relativamente
corta, la mayor parte la dedicó, dentro de un cuarto cerrado, a sus
tareas de escritor. Pero vivió algunos años de experiencia y de una
experiencia cuyo ritmo fue sobrenatural, como es sobrenatural la
velocidad de los acontecimientos que alojamos a veces en nuestros
sueños”.
El
poeta es un vidente. William Shakespeare, que es el poeta dramático
más ilustre de todos los tiempos, por la diversidad, por la riqueza, por
la profundidad y por la belleza poética, tal y como señala el crítico
Mauro Armiño, nos dejó el canon de un tiempo trascendente, pudiendo
captar en el corazón humano, todas las veleidades y pasiones que marcan
su impronta vital en los ciclos numerarios de la historia de la
civilización humana.
Escribió
y reescribió los más insólitos temas. Rescató en su dramaturgia viejas
piezas teatrales, crónicas, el pasado histórico, y gracias al lenguaje
poético y a su riqueza imaginativa, es un referente inagotable, sus
personajes son actuales, sus hormas verbales se convierten en verdades
absolutas, porque en su incesante aguijonear social, en su introspección
psicológica, ellos nos representan, somos ellos, en una evolución que
se enrosca en la dimensión caótica de las caídas y vanaglorias del ego
humano.
Ese
Shakespeare local y universal, escribió: “Estamos hechos del mismo
material de los sueños”. El tórrido afán humano tiene la plasticidad de
lo etéreo, nada permanece sino en los tejidos del sueño que el poeta
toca frágil con el estro, la sutil capa de lo que intuye en la ecuménica
redondez del asombro.
El
gran poeta Odiseo Elytis, en su obra “Dignum Est” en el segundo salmo
de la Pasión, confiesa: “Mi lengua me la dieron griega/ la casa pobre en
las arenas de Homero/ Cuidado único mi lengua en las arenas de Homero”.
En el vuelo lirico de la más alta poesía griega de nuestro
tiempo, levitan sus alas en los textos esplendentes del gigante ciego,
que universalizó la metáfora fosforescente del mito. Y nosotros, ¿qué
decimos, en el marco global de los campos unificados de la materia?
Que
la lengua nos la dieron castellana. Que pasta en la prosa urdida de
belleza, moraleja, criticidad, locura y ornamento fluido de la
caballería, en las arenas de Cervantes. Y en los códigos de
versificación de Góngora. Y en las arenas de Quevedo.
Y
en la lengua de Antonio Machado. Y en el relámpago del alma que es la
música encantadora de Federico García Lorca. Y en “La destrucción o el
amor” del gran Vicente Aleixandre. Yen el hondo latir del pastor de
cabras y de quimeras, Miguel Hernández, inclaudicable, superior.
En
la voz desatada sobre el cuerpo y la sangre de Cesar Vallejo. En la
poesía oceánica de Pablo Neruda. Y en los versos de Octavio Paz. En la
perpetua gloria de la metáfora, en Jorge Luis Borges.
En la poesía fraterna y coloquial de Mario Benedetti.
En
las arenas de Rafael Alberti, y en la poesía cargada de futuro de
Gabriel Celaya. En las arenas de la inmensa Gabriela Mistral y de Blas
de Otero y de Ángel González.
En los versos de Manuel Del Cabral, de Pedro Mir y de Aída Cartagena Portalatín.
Mi
lengua me la dieron castellana, y en ella se asoma como un jinete
intrépido del lenguaje, el más grande de todos nosotros, Rubén Darío.
Borges,
quisquilloso y estricto en el elogio, escribió: “Cuando un poeta como
Rubén Darío pasa por una literatura todo en ella cambia.
Todo
lo renovó Darío, la materia, el vocabulario, la métrica, la
magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus
lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo
combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el
libertador”.
En
el vocabulario “diluvial” de Darío, como llama el crítico y pensador
nicaragüense, Edelberto Torres, al torrencial acervo de metáforas y
neologismos, a su ansia expresiva de hermosura, a sus reformas métricas
del verso, a su repertorio rico, el más rico y variado, maestro
innovador, padre y señor del Modernismo, ante cuya estela inmortal,
evoco trémulo en la noche de hoy, su recuerdo, su semblanza, su
presencia de plenitud y belleza, y le digo desde este promontorio
insular, a usted Maestro, gracias por la exquisitez y plenitud de su
legado. Somos sus hijos agradecidos en la amanecida del siglo 21.
Nosotros
venidos por un túnel glamoroso de palabras y ensueños. Venimos de una
tradición y de un constante movimiento renovador de la lengua. Venimos
de un tiempo y de una cultura, de grandes vacíos y plenitudes, de
esfuerzos sublimes para consagrar la utopía. Un escritor que no tiene
raíces no se asienta en el río caudaloso de las imágenes y los
arquetipos conceptuales de su época.
Los dechados
culturales son transitorios como el hombre mismo. Roberto Fernández
Retamar, el importante poeta cubano escribió, “somos hombres de
transición” y es cierto, la transición es un proceso que apunta siempre
hacia el porvenir, y la palabra escrita, el verbo
fundacional, atestigua la marcha, la increíble vocación de presentar
la poesía como un recurso sensible de instancias armónicas y coordenadas
de luz, búsqueda de la densa materia del asidero de lo espiritual en
la magia del verso.
Vivimos
datados, el hombre no puede vivir desdoblado, ajeno al barómetro
telúrico de su tiempo social y humano, no somos lo que pretendemos sino
lo que creamos, no somos espuria argamasa en descomposición sino soplo
del alma enamorada. Alcanzar el cenit, la idea prístina de una techumbre
de versos nos catapulta a la divinidad, voluntad diseminada en cosecha
de ideas, en trascendente y voraz asunción a los cielos de la palabra,
al verbo que fue primero, al verbo que es la luz, el indicador
flamígero de lo duradero, de lo que persiste y reina por siempre.
¿Cómo
se puede vivir la época que vivimos sin la clarividencia, sin los
puntos cardinales donde la utopía embaraza de plenilunios y vislumbres
encantados la búsqueda de los enclaves, ese adentrarse en la conciencia
humana, para quebrar la monotonía, el discurrir de una rutina
primaria, llena de miserias, y procurar altísimos niveles de
realización, donde la vida cristaliza sus gemas más preciosas?
Zigmunt
Bauman ha dicho que vivimos una época de incertidumbre, caracterizando
como “tiempos líquidos” a la sociedad de nuestros días. Para
Bauman, hemos pasado de una modernidad sólida, estable, a una sociedad
liquida, flexible, voluble, en la cual, las estructuras sociales ya no
perduran el tiempo necesario para solidificarse, y no sirven como marcos
de referencia para la acción humana. Ante este cartabón analítico de
Bauman, los poetas proponemos la resistencia textual, visual e interior,
la ratificación del poder creador de la palabra y de los sueños, en la
lucha por la paz y la justicia.
Humberto
Eco, el formidable filósofo y semiólogo, el autor de “El Nombre de la
Rosa” y de “El Péndulo de Foucault”, en una maravillosa obra que acaba
de publicar llamada, “Historia de las tierras y los lugares
legendarios”, describe las tierras y los lugares que, ahora o en el
pasado, han creado encandilamientos, utopías e ilusiones, porque mucha
gente ha creído realmente que existen o han existido en alguna parte.
Llevados por la literatura, por los relatos novelescos, por los cantos
épicos, ha logrado identificar lugares ficticios como lugares reales,
leyendas como “La Atlántida”, dice Eco, cuyos últimos restos muchas
mentes no delirantes han tratado de identificar,
incluso leyendas dudosas, como Shambhala o como Shangri –La, que
otros reproducen como existencias espirituales, cambiando el curso de
sus vidas.
El
Almirante Don Cristóbal Colón, llegó a albergar la creencia de
que encontraría el paraíso terrenal, delineado en las fuentes bíblicas,
al lanzarse a la conquista de nuevos mercados, creencias que lo
llevaron a encontrar tierras nuevas bajo el relumbrón histórico de su
hazaña portentosa.
La
Guerra de Troya, impresionante evento mitológico surgido en la mente
prodigiosa de Homero, ha terminado siendo realidad, al descubrirse los
restos de la ciudad de Troya e iniciar excavaciones arqueológicas que
confirman los versos de “La Ilíada” y “La Odisea”.
En
la mitología y en los sueños trazados por el pincel o la pluma de
dibujantes y poetas, están las claves del impulso de las ilusiones, sin
las cuales los seres humanos estaríamos aún en el paleolítico inferior.
Lo que Humberto Eco plantea es la validez de la realidad de las
ilusiones, y lo hace asumiendo, con láminas y grafías, uno de los más
bellos libros jamás escrito.
La
poesía dominicana goza de buena salud. Podrá no tener records de ventas
ni competir con la farándula discursiva que nos abate. Sin embargo se
mueve, late, se multiplica con promisorias promesas e intentos válidos
por conquistar el derecho a existir, valorando la continuidad de los
grandes aedas del parnaso nacional, enriquecidos por la tradición, y
haciendo posible las rupturas que movilizan el verso adormilado y
amplían el horizonte expresivo del lenguaje, desde la insigne Salomé
Ureña, afligida y solemne, maestra troncal bajo la égida de Hostos,
capaz de parir a un Pedro Henríquez Ureña, que llena todos
los hemisferios de la cultura, y cuyo perfil es la identidad humanista
de nuestra presencia hispanoamericana, la magna patria de la lengua
española y quien junto a Juan Bosch define la proceridad estelar de la
sapiencia y la ilustración nacional.
Cómo
dejar de citar a Domingo Moreno Jiménez, bonzo creador de “El
Postumismo”, a Héctor Inchaustegui Cabral, cuyo “Canto triste a la
Patria bien amada” o “Una carta a Niña la de Paya”, son imborrables del
alma nacional, o a Franklin Mieses Burgos, poeta preciosista que elevó
la versificación a niveles superiores de encantamiento y belleza, a
Tomás Hernández Franco, cuyo texto “Yelidá”, es probablemente el más
seductor poema interracial del caribe, bajo una lucha feroz de dioses
nórdicos y africanos, con acordes de arpa y violín, a Manuel Rueda,
artista exquisito cuyos texto poéticos parecen labrados por un orfebre
de la palabra alada, y cuyo poema pluralista “Con el Tambor de las
islas”, es una de las más hermosas y primorosas poesías dominicanas
experimentales, a Freddy Gatón Arce, cuyos cantos, “Además, son muchos
los humildes de mi tierra”, y la escritura automática en “Vlia”,
constituyen tributos esenciales a nuestra poesía, a Lupo Hernández
Rueda, cuyo poema “Círculo”, de forma y contenido mandálico, es un
aporte ontológico y nuevo en la poesía dominicana, a Víctor Villegas,
que era un príncipe que rondaba la calle El Conde, con poemas a bordo y
textos de valía, a Ramón Francisco, que escribió la epopeya de la
historia y nos deslumbró a todos, a Juan Sánchez Lamouth, marginado e
inmenso, literato de versos inolvidables como “Sinfonía Vegetal a Juan
Pablo Duarte”, y “Canto al presentido petróleo de mi tierra”, a Marcio
Veloz Maggiolo, el más completo de los escritores dominicanos, narrador,
ensayista, poeta, a Máximo Avilés Blonda, hierofante de versos
sagrados, a René del Risco Bermúdez y a Miguel Alfonseca, promesas
altas que burlaron el azar, voces telúricas que resuenan en la proa
viril del compromiso histórico, y en su espléndida capacidad de amar
como los pueblos, Antonio Lockward ,narrador intenso, culto, incisivo,
poeta.
Quien
os habla viene de esos litorales. Al recibir el Premio Nacional de
Literatura, ese galardón alto y valioso de reconocimiento por una vida
conferida a la creación, estoy consciente de que un premio en sí mismo
no tiene validez si detrás de su otorgamiento no hay una generación de
escritores, un tiempo de ideas y conceptualizaciones, un espacio de
palabras compartidas, los poemas sustantivos de una época y de una
memoria social en movimiento.
Estoy
convencido, de que represento ese momento intertextual, configurado el
trabajo sistemático en las ordenanzas del oficio, en la lectura y la
entrega, en el verso recurrente de la imagen, de la poesía que surge
súbita y espontánea cuando escribimos y cuando hablamos, porque la
gestión escritural es tarea competitiva de todos los días.
Pablo
Picasso, creía que había que envejecer lo suficiente para ser generoso,
para salvar las obras de los otros, así se lo confiesa a André Malraux.
Una obra de arte, un poema, decimos nosotros, “antiguo o moderno, abre
un espacio, exhala una época, irradia una materia” que se transforma en
la diversidad crítica, que trepa las múltiples lecturas imaginativas, y
se reposiciona en la universalidad del arte. Hölderlin se preguntaba: ¿y
para qué sirven los poetas en tiempos de mezquindad?
Cuando
esos tiempos envejezcan lo suficiente como decía Picasso, salvaremos
las obras de los otros que somos nosotros mismos, del lenguaje de la
vulgaridad que lo corroe, de lo chabacano por el rigor, de la medianía
complaciente por la excelencia, de los egos insufribles a la calidez
generosa de las almas grandes. Toda poesía es un desafío, un teclado de
sensibilidades, un altavoz señero abriendo auroras y prodigando dones en
la díscola y florecida especie humana.
Deudor
de las ideas que despertaron en mi, tempranamente la devoción por las
letras, de mis amigos entrañables que me incorporaron a sus discursos y a
sus prosas y versificaciones, como Andrés L. Mateo, cuya solidaridad
fue intensa y fraterna desde la adolescencia, Norberto James, Fernando
Sánchez Martínez, Antonio Lockward, mi hermano, Mateo Morrison, Jimmy
Sierra, el Movimiento Cultural Universitario, la “Joven Poesía”,
Federico Jóvine Bermúdez, Enriquillo Sánchez, Enrique Eusebio, Rhadamés
Reyes Vásquez, Luis Manuel Ledesma, José Molinaza, Miguel Aníbal
Perdomo, Domingo de los Santos, Alexis Gómez, Rafael Abreu Mejía,
Soledad Álvarez, Giovanny Cruz, Tomás Castro
Burdiez, Jeannette Miller, Miguel Alfonseca, René del Risco, Pedro
Caro, los círculos literarios, los clubes culturales, acudo a este acto
significativo, concluyendo estas palabras sentidas, reafirmando mi
vocación y refundando en los versos la dimensión gramatical, ortográfica
y literaria, de nuevos aportes a la literatura nacional . Concluyo con
versos esta noche que es una fiesta de la poesía, una inolvidable
verbena de todos mis amigos y amigas, a quienes amo y quiero:
“
Cómo se muere o se vive/Cómo arde la luz/ en el reino de la rosa/Cómo
se hospeda la alondra/en el navío dormido del espejo/Cómo libera el
vino/el oleaje del amor divino/Cómo arde la lluvia/ que vibra desnuda en
tu pecho/ Cómo se designan los gemidos/cuando el mar entra en tu
vestido/Cómo se ciñe la medida/cuando la piel llamea ardida/ Cómo se
muere o se vive/ ardid de dulzura/ El destino y su embestida/ es música y
es mentira/ El azar que nos aguarda y nos mira/ Nada apacigua el día/
sólo los cantares/ y el querer de tu alegría”.
Tony Raful Tejada
19 de febrero del 2014.
Santo Domingo, Rep. Dom.